La Texana en el Lunario: cuando la música se convierte en identidad.


Elegir a nuestra banda o artista favorito en la juventud no es solo una cuestión de gusto: es una forma de ver y sentir la vida. Esas canciones que nos acompañan despiertan un sinfín de emociones, se convierten en refugio, en bandera, en identidad. Queremos escucharlo todo, verlos en vivo, corear cada verso con la energía única que solo se tiene en esa etapa. Parece sencillo, pero lograr una conexión real con los jóvenes es una de las tareas más difíciles en la música. Conseguir que una generación te tome como estandarte y agotar boletos ciudad tras ciudad no es casualidad… y “La Texana” lo está logrando.

El pasado domingo 4 de mayo fuimos testigos de ello en el Lunario del Auditorio Nacional. Desde horas antes del show, los fans ya hacían fila. Algunos iban caracterizados, otros simplemente llevaban puesta su camiseta de La Texana, pero todos compartían la misma emoción: estar ahí, ser parte del momento.

Ya dentro del recinto, el escenario estaba preparado para una gran noche de postpunk. En lo alto, un gran sol colgaba sobre todo, listo para iluminar lo que sería un show memorable.

Poco después de las 8:00 p.m., el concierto arrancó con “Perdiendo”, tal como Josué lo prometió en la conferencia de prensa días antes. Desde los primeros acordes, el Lunario vibró. El suelo temblaba con cada salto, grito y movimiento de la multitud. La energía era desbordante, tanto abajo como arriba del escenario: la banda entregó todo en cada nota.

Más de 20 canciones conformaron el setlist, entre ellas algunas de las más esperadas y coreadas por el público: “Terco”, “Niños”, “El Sol” y “Desagárrame”. Y por supuesto, no podía faltar la canción que lo empezó todo: “Nunca he sabido amar”, que sigue siendo una de las favoritas del público, como quedó claro por la intensidad de sus reacciones. También sonó “Vientos de Santana”, con una vibra que evocaba sonidos de la vieja escuela, un tema poderoso que destacó entre los demás.

Hubo un momento que pareció sacado de Coachella: entre el público estaban artistas como Bratty y Blnko. Ver a colegas de la escena presenciando un show individual es, sin duda, un halago para el proyecto. Es señal de que la música de La Texana no despierta envidia, sino alegría y admiración.

Ver a tantos jóvenes entregados a la música, bailando, saltando y cantando con el alma, me llenó de nostalgia. Ya no estoy en esa etapa, pero me alegró saber que aún se puede vivir un concierto con tanta intensidad. Con el público y la música adecuados, todo es posible.

¡Larga vida a la juventud y a La Texana! Que su próximo paso sea en un venue aún más grande, porque no cabe duda: sus fans estarán ahí para acompañarlos.